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147º Aniversario de la fundación de la ciudad

11:01hs
domingo 24 de junio, 2018



Hacia inicios de la década del ’70 del siglo XIX, una serie de enfermedades como el cólera y la fiebre amarilla se extendían por Buenos Aires, sembrando temor entre muchos propietarios de establecimientos fabriles. La epidemia de cólera se cobró las vidas de alrededor de siete mil personas y para conformar un panorama aún más complicado, dos años más tarde se desató la incontenible aparición de casos de fiebre amarilla.

La crisis sanitaria produjo la muerte de veinte mil habitantes capitalinos solamente entre enero y junio de 1871, por lo que se tomó la determinación de erradicar a los numerosos saladeros que funcionaban en las riberas del Riachuelo porteño, debido a la falta de redes de agua potable y desagües cloacales que permitieran evitar efectos contaminantes de la actividad de los establecimientos saladeriles.

Juan Bautista Berisso, inmigrante de origen genovés, decidió entonces mudar su saladero a las tierras situadas en la zona de la Ensenada de Barragán, donde hoy se encuentra el actual Parque Cívico berissense.

El paisaje mostraba en aquel entonces la extensión de la llanura pampeana en una zona de bañados, con su vegetación y fauna autóctona virgen. No había construcciones, ni calles, había pocos habitantes y la zona portuaria era todavía inexistente, aunque el río ya abría las puertas para el desarrollo.

El día en que se iniciaron las actividades del saladero San Juan fue el 24 de junio de 1871, fecha que se tomó oficialmente como fundacional.

Al saladero San Juan le siguió la apertura del San Luis ocho años después, siendo el administrador de dichos negocios Luis Berisso, hermano de Juan, quien vivió en la zona de los saladeros por más de 20 años, estableciendo su propia familia y siendo sus hijos mayores parte del grupo inicial de alumnos que concurrieron a la actual Escuela Juan B. Alberdi, que comenzó con su dictado de clases en 1875 en una casa que perteneció al complejo saladeril.

La fisonomía del lugar comenzaba a modificarse; aparecían las primeras barriadas y el establecimiento de habitantes empezaba a conformar una población estable alrededor de la incipiente industria. Cerca de mil personas habitaban las inmediaciones de la zona, pero los registros del censo de 1909 marcaban ya que la población alcanzaba los 3.523 habitantes.

La población se dividía en 2.553 personas en el ámbito urbano y de 970 en Los Talas, donde las quintas ya significaban también una fuente de trabajo genuina. Los inmigrantes ya pisaban suelo ribereño y otros pobladores llegados desde las provincias se sumaban a la comunidad originaria.

A finales de siglo la actividad de los saladeros comenzó a ser reemplazada por la de los frigoríficos. La utilización del frío se transformó en elemento fundamental para la conserva y en Berisso se establecieron dos grandes centros de procesamiento.

La construcción del Puerto La Plata representó otro momento significativo para la región, que contaba así con un acceso directo para hacer negocios con el mundo. Todavía perteneciente a la ciudad de La Plata, el dock recibió la llegada del primer frigorífico perteneciente a la empresa de capitales sudafricanos The La Plata Cold Storage.

El emprendimiento entró en funcionamiento el 11 de julio de 1904, siendo adquirido en 1907 por la empresa norteamericana Swift, para convertirse en el frigorífico más importante de la Argentina.

A pocas cuadras, el 3 de julio de 1915 comenzaba a operar otro enorme complejo, el Armour, propiciado también por fondos norteamericanos.

Estas dos ‘fábricas’ le dieron un empuje significativo al poblado, que atravesó su época de esplendor en cuanto a su desarrollo económico, impulsando un sinfín de actividades paralelas.

Tal fue la incidencia de estas empresas que casi 4.000 personas de las poco más de 8.400 que habitaban la zona trabajaron en ellas. En 1935, los operarios llegaban a 6.500, de los cuáles un tercio eran mujeres; en 1947 sumaban 11.500, en una población de 34.000.

El comercio fue una actividad que se expandió en todos sus rubros; también se abrieron cines y se crearon clubes. Los conventillos de calle Nueva York crecían diariamente y, según cuentan los mayores, allí se escuchaban voces en distintos idiomas porque a los inmigrantes ya instalados se le sumaban los miembros de las tripulaciones de los barcos que llegaban desde todo el mundo.






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