CULTURA

Carlitos Balá: la grandeza de lo simple

16:20hs
viernes 23 de septiembre, 2022

Por Juan F. Klimaitis

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Foto: Noticias Argentinas

En estos tiempos de humor reprimido, de ser agresivos políticamente, la simple sonrisa, por no añadir una espontánea risa a carcajadas, parece una propensión a la ineficiencia de la sociedad que habitamos los argentinos. ¿Quién construye, a no ser contados personajes que sueltan su gracia muy a menudo, la humorada sencilla, con dejos de humildad, sin ofender el espíritu de sus oyentes, ausente de maldad, como lo hizo un hombre con identidad de “grandeza y elevación de ánimo”, según se lee en la Real Academia Española, como lo hizo Carlitos Balá?

Mis viejos años me llevan a verlo, ahora con la imaginación y sus películas, como un real protagonista dotado de la eficacia de la ingenuidad, del valor intrínseco de sus frases sin complejidad, sus dichos con repentización sobre tal o cual hecho o persona, sobre todo con la inequívoca intención de ningún tipo de agravio. Tan solo con un gesto, que él denominaba, minimizándolo, como “gestito de idea”, para confundir si se quiere, la perplejidad de su oyente ocasional. O, locuciones más extensas, pero sin llegar a serlas en su intimidad, que provocaban la risotada de quien fuera circunstancial o tercero como fortuito espectador.

Su humor no necesitó de la comprensión profunda de un estudio filosófico, de una añadidura académica expedida por facultativos de probada solvencia. Sabemos que de ellos los hay, para reír a expensas de un conocimiento obtenido en aulas magnas y doctos en materias gramaticales o aún metafísicas. No. La suya era pura lógica de calle, de creencia en el extraño absurdo de un breve momento, sin herir susceptibilidades y no tener vocación de ningún tipo de malicia. Sencillamente, era su fácil manera de introducir un mensaje de deleite por la vida (recordemos aquello de: ¿Qué gusto tiene la sal…?) o de producir la incógnita de “Sungudrule”, al levitar sus dedos abiertos por sobre la cabeza, vuelta de espaldas, de un ocasional interlocutor. Su risa era sanitaria. Su misión era la de difundir la esperanza de un mundo simple, natural, quizá auténtico por necesidad imperiosa de convivir sin discrepancias. Y esto ocurría con los que éramos adolescentes y todavía, ya, adultos por derecho adquirido.

Y con los niños, a los que tuvo por millones en múltiples generaciones que lo adoraron, diseñó un espectáculo de chistes, humoradas vocales y de gestualidad, así como canciones que penetraban con su armonía y letra, al interior límpido de una infancia aún sin redes sociales. Apenas con la indulgencia de un circo, un espectáculo en vivo y luego con la televisión en blanco y negro, pero igual de imaginativo por los colores que era capaz de recrear.

Quedará por largo tiempo su recuerdo, su imagen de oportuno dispensador del gracejo campechano que le fue característico. Sin estridencias ni palabrotas ofensivas, acaso por no estar en su personalidad ni desearlo adrede. Como corresponde a un caballero en su modo de encarar su empatía con el público. Pues, Carlitos era toda una figura tal vez de la providencia de antaño, cuando se respetaba al ajeno con la dignidad de ser semejantes en un todo, a pesar de cualquier disentimiento personal.

Con él supimos lo que era la alegría por existir sin remordimientos. Para hacernos sentir chiquillos, más allá de cualquier edad llevada en la piel. Carlitos se pegaba en lo más intenso de nuestra esencia, por ser sencillo, simple, cándido, sin la torpe necesidad de rebuscar en la intensidad de la vida cotidiana, ruda en ocasiones, miserable o inconfesable, hasta atraernos a una mansa sonrisa en los labios y liberarnos por instantes, al menos, de la tradición ingrata de sobrellevar pesares y sinsabores.

Y el silbido de sus vocalizaciones quedará por siempre, al caminar calles en soledad, para acompañarnos con su generosa sinceridad y don de gente. Será la evocación de quien fue auténtico en su diaria búsqueda de sobrevivir como cualquier humano, así como en las tablas de un teatro, en el estudio de un canal televisivo o en cualquier locación cinematográfica. Carlitos, en todo lugar, fue siempre igual, a tal punto que siendo tímido como lo era, logró esbozar en tiempo y forma, su maravillosa virtud creativa, para sostener la evidencia de una edad que supimos compartir para saber que éramos felices.

Por todo ello, Carlitos Balá, vaya un eterno gracias por todo lo que nos diste. Y que no te extrañe nada que mis ojos, en este momento, se cubran con una insólita pátina acuosa que no me deja continuar. Debo suponer que cierta opresión en el pecho, es el culpable de ese detalle. Pero, no te aflijas, el cambio de estación nos sorprende a menudo. Como tú misma ida al recuerdo infinito… ¡Gracias por haber estado!

Contacto: klimaitisjf@yahoo.com.ar

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