Margarita baja de la repisa las zapatillas que usaba para correr mientras rememora que no era algo fácil comprar la indumentaria e ir a entrenar. En su casa no sobraba el dinero, sin embargo su papá siempre la apoyó. “Le gustaba que su hija saliera en el El Gráfico o en el diario”, menciona hoy en el living de su casa en Berisso, recordando que la acompañaba a cada entrenamiento. Su mamá hubiese preferido, quizás, que siguiera estudiando. Pero le gustaba correr.
Empezó a entrenar en el año 1958, mientras con catorce años cursaba sus estudios en la entonces Escuela 52. Desarrollaba sus prácticas en el Saladero bajo la guía del profesor Guzmán quien, cuando advirtió sus condiciones, la llevó junto a su amiga Mabel Farina -su ‘hermana’ en la vida asegura hoy Margarita- para que entrenen en Gimnasia y Esgrima La Plata.
Ese mismo año pudieron viajar a Chile para el Torneo ABC (Argentina, Brasil, Chile). Participó en aquellos días de numerosos torneos provinciales, así como de campeonatos nacionales, iberoamericanos e internacionales hasta clasificar para los Juegos Olímpicos, puntualmente los de Japón 1964, honor reservado hasta el momento para un puñado de atletas que pueden contarse con los dedos de una mano.
Evocando aquella experiencia, Margarita comparte un dato que no olvida: de la ceremonia de apertura de aquellos JJOO participó Sakai, conocido como “Bebé Hiroshima”, nacido dos horas después del dramático bombardeo que sufrió la citada ciudad del país asiático.
Las historias que puede contar son numerosas. Recuerda que la experiencia fue maravillosa, más allá de que al emprender el viaje el grupo era consciente de que sería difícil obtener resultados descollantes por la distancia en cuanto a condiciones de entrenamiento que separaban a los argentinos de representantes de otras naciones.
“La capacidad de los argentinos es enorme, pero no cuenta con ayuda de los gobiernos. Yo tenía que pagarme todo: el viaje a Capital, comprarme los zapatos. Costó bastante. Teníamos que establecer marcas para poder competir y hacíamos muchos esfuerzos”, indica la atleta mientras repasa las carpetas donde guarda todos los recortes de diarios de aquella época. “Las chicas sonríen confiadas y optimistas”, titula una de las crónicas. “Una Mabel salta y una Margarita corre”, se lee en otro encabezado. “Son un ejemplo de lo que afirmamos. Viendo correr a Margarita es como asistir al proceso de la marcha”. comienza una de las crónicas que también conserva.
Margarita no le sacaba el cuerpo a ningún desafío. Era segura y dedicada. Entrenaba todos los días de 16:00 a 18:00 y competía en Buenos Aires sábados y domingos.
Cuando no había competencias, a veces entrenaba con hombres, entre ellos el futbolista Daniel Bayo. “Éramos todos compañeros. No había diferencia entre hombres y mujeres. Y si había, no me enteré”, afirma.
De la mano del atletismo pudo recorrer varios continentes, visitando países como España, Perú, Colombia, Chile, además de Japón. Indica que alcanzó una marca de 11 segundos 7 en Colombia, pero la marca quedó anulada porque había viento. En pista cubierta corrió 50 metros en 6,6 segundos, marcando un récord argentino.
En aquel recordado 1964 tuvo que tomar una decisión importante. Su novio desde los 14 la obligó a elegir: seguía compitiendo o se casaba. “Tenía razón, yo viajaba por meses”, reconoce, aunque admite que siempre le reprochó que la obligara a decidir.
En las pruebas individuales de aquellos Juegos Olímpicos, Formeiro quedó séptima en su serie de los 100 metros, marcando 12,20. Además participó de la posta 4 x 100 junto a Farina y las atletas Alicia Kaufmanas y Emilia Dyrzka.
Retirada de la práctica activa del Atletismo, siguió ligada al club Gimnasia, en donde se jubiló como Jefa de Personal. En una caja guarda las medallas. Y recuerda a Mabel, su entrañable compañera, mientras revela que desde hace unos cuantos años se reúne mensualmente con un grupo de alrededor de diez atletas.