Por Julia Lescano (*)

Desde que comenzamos a vivir en ambientes hÃbridos que oscilan entre lo real y lo virtual cambiamos muchos de nuestros hábitos y costumbres saludables por otros que ponen en riesgo nuestra salud e incluso nos pueden causar la muerte. Dado que, toda conducta se presenta como una adaptación al medio, no debe sorprendernos que como respuesta a la virtualidad los seres humanos hayamos comenzado a padecer mayor stress, ansiedad, insomnio y problemas de salud mental, entre otros. Los invito a preguntarse: ¿qué sucede cuando el cuerpo se convierte en el testigo que acusa el fallo?
Nuestro cuerpo funciona como un sistema, compuesto de partes que se relacionan entre sà y le dan unidad. Cuando utilizamos todas las herramientas y mecanismos que son parte de nuestro diseño humano nos sentimos “completos†y funcionamos bien. Pero, cada vez que una de esas partes deja de usarse o se ve alterado su funcionamiento, empezamos a sentir los efectos de estar incompletos, y nuestra máquina humana comienza a equivocarse.
En los últimos años, como consecuencia del uso excesivo del celular y de pasar tantas horas habitando en el universo de las redes sociales, el funcionamiento de nuestro cerebro se alteró, ya que algunas de sus áreas están superestimuladas, y otras directamente se han apagado.
El psicólogo italiano Luca Bernardelli dijo en una entrevista que: “una investigación muy importante informa que en los niños hiperconectados hay una reducción del engrosamiento cerebralâ€. Esto es una condición tÃpica de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y el Parkinson. Por otra parte, existen estudios que demuestran que la corteza prefrontal, área que tiene que ver con la autorregulación y con la toma de decisiones, no se está desarrollando y por eso, cuesta tanto que los chicos en la escuela sostengan la atención para aprender a leer, escribir, hacer cuentas y generar pensamiento propio y crÃtico. En el siglo XXI los niños aprenden más palabras de una máquina que de un ser humano. Tal es asÃ, que confÃan más en la información que proviene de su celular que de lo que le dicen sus padres. Estamos siendo testigos de una gran transformación, no necesariamente positiva. El cerebro humano experimenta una mutación, en la cual no podemos hablar de adaptación, sino de deformación. Todo esto tiene un impacto enorme en lo que refiere a salud mental, ya que está comprobado que la sobreexposición a pantallas altera el neurodesarrollo, deteriora el desarrollo neurocognitivo general e impide el funcionamiento correcto del entramado neuronal.
Sumado a lo anterior, las redes sociales como Instagram, Facebook y Tiktok generan adicción. Según el Digital Global Overview Report el tiempo que pasa un argentino promedio usando el celular es de 9 horas y 35 minutos al dÃa. Esto ubica al paÃs en el quinto lugar a nivel mundial en cuanto al uso de celulares, al mismo tiempo que expone que la mayorÃa de los habitantes de esta nación padece adicción, ya que el tiempo de uso del celular sugerido es de 2 horas diarias. Posiblemente, nos toque a todos sincerarnos, como lo hizo hace unos meses el periodista español Pedro Piqueras cuando le preguntaron cuál era la última droga que habÃa consumido y él respondió: el celular.

PermÃtanme decirles que las redes sociales fueron diseñadas para ser adictivas, ya que al igual que tantas otras drogas funcionan según el sistema de recompensa. Generan dopamina, alivian, excitan y generan placer y todo esto al cerebro le encanta. Pero, como cualquier adicción su consumo primero resulta agradable, pero en una segunda instancia se pierde el control y comienzan los problemas, como ocurrió el pasado fin de semana en el que un niño de 11 años perdió su vida en Mendoza por una asfixia autoprovocada al tratar de cumplir el reto viral de Tiktok llamado “desafÃo del apagón†o “blackout challengeâ€.
En Japón la adicción a la tecnologÃa es reconocida como una enfermedad y recibe el nombre de SÃndrome Hikikomori. Esta disfunción se caracteriza por un aislamiento social extremo y una inmersión profunda en el mundo digital. Me pregunto: ¿En qué momento dejamos de ser seres pensantes, dueños de nuestras ideas y de nuestra capacidad de elección y de acción? ¿Cuándo los smartphones dejaron de ser una herramienta, para convertirse en un monstruo que nos acecha y pone en peligro nuestra salud?
Es probable, que esto haya sucedido porque nos sedujo la curiosidad, nos fascinó la novedad, pero nadie nos leyó la letra pequeña del prospecto. No nos alcanzó con tener una herramienta que permitÃa comunicarnos a unos con otros desde cualquier parte del mundo. Quisimos ir más allá, llevarla al máximo, al punto de que existimos por y para la red, vivimos inmersos en ella, desdibujamos los lÃmites de lo real y lo virtual. Fuimos devorados por un nuevo dispositivo que nadie nos presentó, lo hicimos famoso entregándole información sensible, y hoy corremos el riesgo de que la IA tenga más poder que nosotros. Le entregamos nuestro tiempo y nuestra libertad. Le ofrendamos nuestro cuerpo, nuestros pensamientos, las amistades, los secretos. La red sabe todo de todos, es dueña del conocimiento, y por esto nos maneja y nos manipula.
Como describe el filósofo italiano Giorgio Agamben en uno de sus ensayos: “la casa se está quemando y ahora la llama ha cambiado de forma y de naturaleza, se ha hecho digital, invisible y frÃa, pero justamente por eso es aún más cercana, está encima de nosotros y nos rodea a cada instanteâ€.
Cuando los especialistas sugerimos que debemos utilizar internet como cualquier otra “herramientaâ€, lo que queremos decir es que no debemos llegar a ser “esclavos†de la tecnologÃa y mucho menos poner nuestra vida en sus manos. Desde los tiempos más remotos sabemos que una misma sustancia nos puede salvar o matar y que la clave está en la cantidad. Esto me recuerda a que en el Templo de Apolo en Delphos habÃa una inscripción que decÃa Ne quid nimis: “Nada en excesoâ€, apelando a la importancia vital de la moderación de todo aquello que consumimos.
No caben dudas de que existe una inversión entre la realidad y lo que se vive como real, pero: ¿le vamos a dar el gusto a los creadores de las redes de dejarnos manipular y poner en peligro nuestra salud y la de nuestros hijos?

Posiblemente, dentro de un tiempo los médicos comiencen a rellenar talonarios de recetas digitales con un nuevo diagnóstico: adicción a las redes. Como tratamiento de desintoxicación prescribirán regular el tiempo que pasamos frente a una pantalla. De hecho, ya existen varios centros de rehabilitación para adictos a la tecnologÃa en todo el mundo. El gran interrogante es: ¿podremos? Ojalá nos tomemos este desafió real con la seriedad que merece y logremos hacer “viral†la lucidez humana.
De una u otra manera, mientras sigamos teniendo un cuerpo, la vida no se podrá meter en un celular, ya que vale mucho más que lo que puede predecir y programar un algoritmo. Que lo analógico paso de moda está claro, pero habrá que ver cuál es el lÃmite para que el mundo digital no nos digitalice por completo. Mi recomendación es que, si queremos seguir siendo humanos, abracemos con fuerza nuestra herencia de carne y hueso.
(*) La autora es arquitecta egresada de la UNLP, donde se desempeñó como profesora e investigadora en temas referidos a Historia, TeorÃa, Arquitectura, Arte y Diseño. Realizó estudios de posgrado sobre historia de la ciudad y aspectos teóricos, conceptuales y aproximaciones metodológicas en el campo de la Arquitectura y del Arte Contemporáneo. En la actualidad, investiga y escribe sobre cómo, con la llegada de la tecnologÃa, los espacios y nuestras vidas se han ido modificando. Analiza las formas en las que el habitante, devenido en usuario, se ve obligado a mutar en pos de adaptarse a una nueva existencia hÃbrida que tiene lugar en entornos que oscilan entre lo virtual y lo real. Es autora del libro Vida escaparate: ¿Vivir para ser visto o ser visto para vivir? (2022-Ed. Almuzara, Madrid)