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“No puedo respirar”, repitió varias veces el afroamericano George Floyd antes de perder la vida por la presión que sobre su cuello ejerció la rodilla de un policía blanco de Minneapolis.
La agonía se extendió durante 8 minutos y 46 segundos, tiempo durante el que otros efectivos policiales que participaban del procedimiento se limitaron a mirar.
Dramático como todo crimen, el de Floyd resultó por diversas circunstancias un nuevo sacudón a la conciencia universal. Sin ir más lejos, el aberrante homicidio quedó crudamente registrado en grabaciones -luego viralizadas- que ocasionales transeúntes efectuaron desde sus teléfonos móviles.
Mientras la causa avanza en los tribunales norteamericanos, el asesinato dio impulso a numerosas movilizaciones en diferentes rincones del globo.
A esas manifestaciones físicas se suman otras que ofrece el complejo escenario virtual, que sigue ofreciendo la oportunidad de reflexionar sobre el caso, linkeándolo con conceptos como los de violencia, racismo e indiferencia.
Fueron las redes sociales las que pusieron en evidencia el comportamiento criminal del asesino de Floyd. A algunos miles de kilómetros de distancia, son también las redes las que nos brindan la oportunidad de reflexionar sobre el caso y sus derivaciones.
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