Luchó para ser reconocida como mujer. Desde chiquita, María Laura Fernández fue discriminada y maltratada por su condición. No hubo flores ni velorio para despedirla.
Pionera y marginal. Primero se opuso a los mandatos familiares. Años después se enfrentó a la justicia para que reconociera su condición de mujer. “Desprecié a mi madre porque nunca me ayudó. Había conseguido un novio y me lo hizo dejar. Fue como si me hubiese clavado un puñal en el corazón. Ahora sólo espero encontrar un hombre para que me acompañe”, aseguró María Laura Fernández en su última entrevista televisiva, mientras mostraba con orgullo el libro que sobre su vida había confeccionado y guardaba celosamente en su precaria casa del barrio Santa Cruz, donde vivía desde hacía 20 años.
Se había jubilado como ama de casa. Cobraba la mínima y hacía algunas changas. El pasado 1º de mayo fue agredida por dos menores con una pala cuando salía a hacer mandados. Luego de obtener el alta, tras gestiones del municipio frente a la justicia, fue internada en un hogar ubicado en calle Nueva York. El sábado 19 se descompensó y debió regresar al nosocomio. Dada de alta horas más tarde, fue trasladada al lugar en donde finalmente falleció. Su cuerpo fue sepultado el martes de la semana pasada en el cementerio local. No hubo velorio ni despedida para los vecinos que la acompañaron durante sus últimos años de vida.
Cuando hace 7 años logró operarse para el cambiar de sexo y obtener el documento que la legitimara como María Laura Fernández se sintió feliz. Había ganado una batalla. Sin embargo, parece haber perdido la guerra. “Fue una vida difícil, sacrificada, dolorida, muy terrible. No se la deseo a nadie” definió en el último tramo de su vida. Y así se fue, reconocida y anónima. Ausente quizá en el colectivo, presente en su reafirmación de ser quien realmente sintió ser.