Comer y beber rico, al aire libre, en conexión con el entorno y con el resto de las personas que coinciden en la cita. Así definida, la propuesta no parece apartarse de lo que ofrece en todos los casos el arte de disfrutar lo que los sentidos transmiten. Aquí hay algo más: impera el arte de la combinación, que marida inicialmente el carácter agreste del monte con el refinamiento que le prodigan los anfitriones.

El arribo pone en alerta la vista y el olfato. Hay flores y un colchón de hojas secas que impide saber de qué está hecho el suelo. Abundan los colores; incluso los del cielo parecen programados. Apenas un instante después, el oído también se habrá despojado de estridencias para acoplarse en armonía. Conversando bajito de las cosas que importan, el paladar estará listo para adentrarse en el banquete.

“No figuramos en el mapa, pero no es difícil llegar”, rompe el hielo Sebastián. Afable y en su papel de maestro de ceremonia, el responsable de viñedo y bodega @elmonte_, emprendimiento eje de la experiencia, recibe a los primeros invitados. Serán en total menos de veinte: la intención es darle al encuentro el toque intimista que es parte de su esencia.

Apenas pasa el mediodía, pero cuando nos demos un abrazo para despedirnos hasta la próxima, desearemos fervientemente que la próxima llegue pronto.

TEXTURAS Y SABORES

A nadie se le ocurre preguntar si hay Wi-Fi, aunque de hecho haya. El paisaje, privilegiada postal con la que los lugareños interactúan, hechiza. Poco lugar para que otro foco de atención compita.

 

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Pese a que el estrépito urbano está cerca (desde el centro platense se llega en menos de media hora) este rincón de Berisso pertenece a una dimensión de otro orden. Encarnado en el monte, a escasos metros del Río de la Plata, el predio ofrece primaveras incluso cuando aún promedia el invierno.

Cada encuentro -hasta ahora fueron tres- se programa combinando dosis equivalentes de tiempo y dedicación. La invitación se esparce boca a boca y alcanzado el cupo se desactiva. Quizás más adelante se genere un esquema para que disfruten de la propuesta más personas y más seguido.

“Cuando nació El Monte soñaba con esto: un festín de sabores y texturas para que exploten los corazones”, revela Seba casi en un susurro, mientras el grupo hace ronda en torno a la mesa en la que ‘Pipi’, responsable de @amelia.cocina, describirá la preparación de uno de los manjares a compartir durante la experiencia. A veces, el hombre detrás del delantal que se encargue de la ‘magia’ será @mateogimeno.

La propuesta gastronómica combina cocina de autor -mediterránea, criolla- con el Vino de Humedales agro-ecológico y de baja intervención que ofrece la casa a seres ‘sintientes’, un vino sin conservantes que fermenta a partir de levaduras autóctonas. El menú varía y se presenta por lo general en siete, ocho o diez pasos, nutriéndose de productos de estación y apegado al concepto de cocina consciente.

Los comensales pueden probar pastelitos de cordero, arrimados a la mesa sobre el vidrio enmarcado de un antiguo retrato, o disfrutar de porciones de trucha curada con sal, camarones, o ensaladas que en sus múltiples variantes suman incluso flores comestibles.

“Reunimos una variedad de texturas y sabores que nos rompe la cabeza y apuntamos a comunicar la gastronomía con nuestro sello”, dice Sebastián a pocos metros de su casa, construida sobre pilotes a partir de materiales sustentables, hermanada con la naturaleza.

El maridaje es con vinos de cepas autóctonas, vinos del terruño. El blanco que se sirve es Niágara, el tinto y el rosado Isabella. También está el exclusivísimo ‘vino de las visitas’, brebaje con más de dos años de estacionado cuyo rasgo distintivo lo aporta una elevada graduación alcohólica que lo asemeja al jerez.

Si ocasionalmente se suma a la carta una bebida de otras latitudes, la regla es que no queden dudas respecto de las razones de su inclusión. Así se coló por ejemplo, en el último encuentro, una preciada botella de Bequignol, vino elaborado a partir de una de origen francés de escasa presencia en la Argentina, por el momento no tan habitual en cavas de la zona.

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SENSORIAL

Aún sublimes, los sabores se transforman en plenos sólo de la mano de los condimentos con los que los sazona la experiencia. En este caso, el valor agregado lo aporta, además del entorno, el gesto amable con el que los anfitriones invitan a degustarlo.

“Se arma una rueda de una energía increíble. Todo fluye y circula. Nada está librado al azar y a la vez el azar es el que decide. Realmente somos privilegiados compartiendo estos encuentros en este entorno”, describe Seba.

A veces entre plato y plato, a veces en la caminata para visitar el viñedo y bodega Madreselva del productor Santiago Frezzini -una de las excursiones preferidas junto a la de la visita a la bodega de la Cooperativa de la Costa- el dueño de casa relata de dónde proviene la uva que hoy crece en el monte. Es el pasaporte de un viaje a días en que los gringos recién llegados celebraban la vendimia en su ‘tierra prometida’.

“Tomar el vino en el lugar en el que se lo produce verdaderamente no tiene precio. Es muy difícil de explicar. Hay quien se desvive por visitar un restaurante caro con vinos franceses. Nuestra invitación es a conocer un vino diferente, que nació a la sombra del mismo trabajo y la misma dedicación que la que se pone en juego en cualquier otro viñedo del mundo”, pronuncia Sebastián.

Si bien se trabajó cada detalle en los días previos y los ingredientes e insumos llegaron por la mañana convenientemente envasados al vacío, el toque final y determinante no puede prescindir del fuego, eterno facilitador de momentos mágicos.

Habiendo fuego, charla, manjares y elixires, la ausencia de música sería imperdonable. En este caso el precepto es que el arte se haga en ronda y junto a la mesa. Esa cercanía hace el momento irrepetible, como pueden afirmar quienes días atrás disfrutaron del encuentro poblado por las canciones hermosas de la talentosa @delficheb.

Producción: Walter Szumilo / Virginia Zagrakalis

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