Por Julio Milat (*)
Sellaron sus paredes para no ahogarse, crearon tejidos esponjosos y llenos de aire para flotar, modificaron sus raíces para absorber partículas del medio líquido. Todas las plantas necesitan del agua, pero las acuáticas decidieron vivir en ella.
Las más fuertes se anclaron en el barro y la arena, las más atrevidas se hicieron libres para flotar por toda la cuenca.
Juntas, forman el anillo verde que protege las costas. Juntas, son las formadoras de nuevo suelo.
Crecen allí para retener, filtrar, depurar y brindar refugio a una delicada cadena de organismos que no existirían sin ellas.
Crecen allí porque son formadoras de vida.
Entre la seguridad de sus tallos crecerán los primeros peces, desde allí cantarán los machos de las ranas para atraer a su parejas. En sus hojas los caracoles acuáticos depositarán su descendencia, en forma de incrustaciones coralinas.
Serán el refugio de culebras acuáticas y aves tan específicas a su comunidad vegetal como el Junquero.
El Gran Río deposita la arena, escalonada en bancos, para invitar al junco que la colonice y la fije. Los miles de tallos verdes amainarán las olas del sudeste y tamizarán semillas y materia orgánica, mezcla perfecta del nuevo suelo.
Suelo de futuras Sagitarias todo el año, de Margaritas de Bañado en la primavera, del Duraznillo y la Rosa de Río en verano.
Tierra adentro aparecerán los pajonales de Paja Brava y los Totorales de penachos marrones.
Esta es la comunidad del agua, el agua las invita a un pacto de toda la vida.
Una incesante comunidad de insectos acuden a la fiesta de floración de las acuáticas; libélulas, alguaciles, abejorros, avispas y escarabajos serán vistos en las ramas floridas de la Margarita de Bañado, en los pompones iridiscentes de las Serruchetas, o en la pista de aterrizaje bien demarcada en los pétalos lilas de las flores del Camalote.
Las acuáticas flotantes flotantes llegan desde tierras lejanas, en los ciclos de inundación de la cuenca alta. El desborde del agua convierte en islas de vida a los Camalotes, Canutillos y Repollitos de agua, transportando hasta el estuario del Río de la Plata, fauna y flora de costas formoseñas, chaqueñas y correntinas.
Este descomunal aporte de biomasa se estaciona en las playas locales, para asombro de muchos, y de a poco, con cada marea el Río la disminuye y degrada.
Lo verde se vuelve seco para formar parte de la ancha línea de resaca y con la llegada de alguna creciente, todo este aporte de nutrientes llegados desde Brasil, sur de Bolivia y Paraguay, será empujado al interior del monte, a través de las venas formadas por canales y zanjillos de las quintas, para formar parte de la uva que picará en tu paladar con un trago del vino de la costa.
Esta es la comunidad de las acuáticas, desplegadas en este mazo, como las olas del Gran Río.
(*) El texto del reconocido naturalista berissense forma parte del mazo de cartas “Plantas amigas del Agua Delta y Humedales de Berisso”, ilustradas con bellísimas acuarelas de varias artistas, una hermosa idea de Isabel de Gracia.
