Fueron creados en el Medioevo, durante el siglo XIII, por monjes italianos que tomaron las ideas del erudito y astrónomo árabe Alhacén. Dos siglos antes se habían formulado las bases teóricas de la “piedra de lectura”, una semiesfera de cristal de cuarzo que funcionaba como lupa.

Los bautizaron brille, término que deriva de beryll, el cristal que se pulió para las primeras lentes. Fue al monje Della Spina a quien se le atribuye su invención en 1286.

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Los anteojos, como los conocemos hoy, se crearon en Murano, Italia. Las primeras pruebas se usaron para tratar la presbicia. Un siglo después llegaron las lentes para la miopía. Las fórmulas eran secreto de Estado. Por eso, los fabricantes no podían salir de la isla. Aquellos que rompían la norma llegaban incluso a ser condenados a muerte.

Como ocurre hoy, el uso de lentes provocó diferentes reacciones sociales. Una parte de la población de Europa evitaba exhibirse con ellos, considerándolos una señal de debilidad o sinónimo de la pérdida de las facultades visuales. En contraposición, en otros puntos del viejo continente fueron símbolo de status o buena posición social.

Las gafas con patillas sobre las orejas llegaron en 1727. En 1784, Benjamin Franklin inventó las bifocales, en pulseada con su propia presbicia. El progreso industrial del siglo XIX permitió que segmentos importantes de las clases medias tuvieran la chance de acceder a las lentes. Los adelantos en el campo de la ciencia Óptica, junto al desarrollo de materiales más ligeros y a una mayor accesibilidad en costos, permitieron que con el correr del siglo XX, el uso de anteojos se masificara.

MODA Y NECESIDAD

Así como la invención de la prensa de Gutemberg aumentó la demanda de lentes en el siglo XV, las pantallas y la pandemia también marcaron un antes y un después en el rubro de producción y venta de lentes.

“Hace algunos años, en la primaria, por cada aula había uno o dos chicos que usaban anteojos. En secundaria era igual. Si ahora entrás al aula, entre 5 o 10 usan lentes. Está claro que algo pasó”, advierte Guillermo Tomba, responsable de Vía Óptica.

Guillermo suma varias décadas en la actividad y en contacto permanente con los clientes que se acercan a los diferentes locales de la óptica. Luego de montar un primer negocio en la histórica Galería Pendón de Berisso en 1991, el plantel se mudó a Montevideo casi esquina 16. En 2002 se abrió la sucursal de 48 entre 11 y 12 de La Plata y más acá en el tiempo la de 8 y 34, también en la ciudad de las diagonales.

Creados para corregir problemas visuales, los anteojos trascendieron desde hace tiempo el plano de la salud, convirtiéndose también en accesorios cuidadosamente seleccionados para ‘hacer juego’ con un rostro o a acoplarse a un outfit. Quienes los necesitan, prestan cada vez más atención a las variantes que ofrecen marcas y modelos.

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Agudo observador de comportamientos y siempre atento a la demanda e inquietudes de los clientes, Tomba revela que en una buena proporción, los anteojos elegidos siguen ‘un perfil de moda o una tendencia’. “En muchos casos, la elección implica cierta identificación con ídolos deportivos o musicales, modelos o celebridades”, apunta.

Pero más allá de esa faceta cada vez más presente, convoca a ‘no perder de vista’ los riesgos de una práctica que suele hacerse más frecuente en tiempos económicos ásperos, el de ‘saltearse la óptica’ para comprar lentes en puestos callejeros.

El fenómeno nació en los ‘90, alentado en ese entonces por el masivo ingreso de artículos importados. La tentación de comprar a precios a veces irrisorios pudo más en muchos casos que la reflexión acerca de las secuelas que en la visión deja el uso de ese tipo de productos. En el caso de los lentes de sol plásticos, no existe tratamiento para impedir el paso de la luz ultravioleta, ni protección contra la alta temperatura, lo que deriva en una mayor sequedad en las córneas, generando lesiones físicas permanentes.

Para dar con anteojos a medida -tanto en el plano de la salud visual como en el estético- es necesario visitar una óptica. No basta con usar la intuición o guiarse por posteos en redes sociales. En este caso, el habitual pedido de ‘info precio’ suele no ser buen consejero.

“Cuando llega el cliente, quien lo atiende interpreta la receta y evalúa que opciones y precios ofrece el mercado. Muchas veces la gente quiere comprar un multifocal por Internet, pero es imprescindible el contacto presencial para evaluar diferentes aspectos como el movimiento de la cabeza, el movimiento de los ojos, la actividad que la persona desarrolla y el contexto en el que lo hace. Eso no se puede resolver con un mensaje de Whatsapp”, advierte Tomba.

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Las ópticas tradicionales dan cuenta de cómo mutó la atención al público. El antiguo mostrador, barrera natural entre el cliente y el producto se disolvió para dar paso a una experiencia fluida y basada en el contacto, donde el cliente puede probarse los modelos, comparar armazones y tomarse su tiempo para evaluar con cuál se queda. En el proceso, siempre hay un asistente cerca para ofrecer asesoramiento conforme al aspecto de la visión que es preciso corregir.

“Es importante la interpretación de quien está atendiendo al cliente, porque de allí suelen surgir los mejores consejos. Es de alguna forma como ir al médico. Un buen profesional te interroga, interactúa con vos, y a la hora de formular una sugerencia para tomar una decisión seguramente evaluó un conjunto de cosas”, consigna Tomba.

Como en otros ámbitos, lo deseable a veces se aparta de lo corriente. En este caso, sumado el efecto post-pandemia, el fenómeno del ‘consumo digital’ parece en aumento. Y no es la mejor manera de elegir un par de lentes.

TRES PATAS

Para el responsable de Vía Óptica, la clave a la hora de elegir un par de anteojos está en dar con la ecuación indicada entre calidad de producto, diseño y precio. “Deben cerrar esas tres patas. Antes el tallerista tenía moldes, pero ahora el tallado es digital, lo calcula una computadora, que hace los diseños, disimulando por ejemplo el grosor del lente”, describe.

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EL PÁRPADO EN ACCIÓN

La vista es el sentido más desarrollado. El 80% de la información que recibe el cerebro es visual. Sin embargo, a veces, es poco valorada. Nuevos hábitos y condiciones laborales -en un fenómeno que también aceleró la pandemia- llevan a muchas personas a estar expuestas mucho más tiempo a dispositivos y pantallas.

Cansancio visual, visión borrosa, ojos irritados, son algunas de las secuelas que produce la disminución en la frecuencia del parpadeo. Normalmente se parpadea entre 12 y 18 veces por minuto. Esta frecuencia disminuye a la mitad cuando el ojo está frente a un dispositivo lumínico. Así la producción de lágrimas no es suficiente para mantenerlos húmedos.

 

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