INFORMACIÓN GENERAL

Adiós al Amigo

10:42hs
sábado 14 de agosto, 2021


Por Juan Francisco Klimaitis


Jorge Ismael Mustafá

A orillas de la calle Ostende, lindando con la avenida Génova, cuando aún el canal rezumaba vegetación agreste, cuasi selvática, había una vivienda humilde, tan sencilla como sus propios habitantes, tan afable como el gesto que se otorga con la gratitud de un saludo cálido de manos trabajadoras. Eran inicios de los años ‘60, cuando nuestra adolescencia soñaba futuros promisorios y distancias de cielos profundos, intentando definir la personalidad, un destino a seguir. Allí moraban Jorge Ismael Mustafá y su dulce madre, a quien todos llamaban “Dina”, con la voz calma y respetuosa que merecía su edad.

Rincón de amigos, cuyos nombres han fluido al recuerdo, pero que permanecen en la memoria de la mirada querible: Horacio, Luis, Orlando, Gustavo, Carlitos, el “Negro” y  otros que han buscado el retiro o ya han olvidado su estadía terrena. Compañerismo sincero, fomentado en charlas burlescas, sabias, metafóricas, entre medio de sonoras carcajadas de juventud y el rito de la sabrosa copa corredora de un vino de damajuana, amable consejera de la lengua en su decir ligero. Tiempo de guitarreadas, canciones, criollo folclore, zambas y litoraleñas, sociedad aún distante del candente carácter del rock.

Jorge solía, entonces, tomar su guitarra, llegado el momento de la pausa construida con risas y anécdotas, para pulsar sus cuerdas y adentrarse en la estrofa del repertorio de Falú y de Cafrune. Era instante de silencios, donde solo el sabor juguetón de la uva ribereña, hecha sangre, se estrechaba en los labios con austero ritmo, para escuchar de su voz, el preludio de la melodía mansa, inmensa de misterios y deseosa por escrutar aquellos oídos y ahondarse en su actitud contemplativa, con dejos de reflexión.

Gustaba de entonar los temas de aquel vate cabalgador, poesía pura o social crítica. Su particular barba hirsuta, sus grandes ojos de un delicado pardo, arribados de un lejano país de oriente, lo asimilaban en un todo visual, vihuela en mano, al famoso Cafrune. De ahí el simpático decir nuestro, al mencionarlo en la oportunidad como “Mustafrune”… Dos espejos en distintos escenarios de una misma era, confluyendo con la gracia genuina ante un idéntico público en espera. Aquel, ante miles; éste, ante un puñado hecho multitud de abrigo y afecto, bajo el techo de ese solar donde supo bullir auténtica amistad.

El “Turco”, como siempre lo nombramos, cuando aún no existía la insidiosa ofensa que hoy puede generarse por cierto articulado de estoica gobernabilidad, fue un ser magnifico, franco y generoso. Le sobraba inteligencia racional. Mucho conocía de todo. La universidad de la vida le había concedido ese don. Asistió como alumno en la facultad de Ciencias Naturales en La Plata, entendido empírico como era de su profesión de montaraz. De él supimos vida y obra de aves y “bichos” de toda laya. Y tradujo a menudo, algunos artículos de su creación, acerca de sucesos y hechos, en revistas de divulgación. Obras de justa genialidad, dignas de su vasta capacidad.

Lo recuerdo en esas jornadas, lúcido y vibrante como pocos, para reunir a sus amigos y compartir veladas de fraterna unidad, sin resquemores ni heridas. Solo, la unidad de una esperanza: ser mejores en cercano porvenir. Cobijó a su sobrino, Vicente, cuando fue menester hacerlo. Bajo un mismo techo le inculcó el saber de la existencia.

Bajo el cobijo de la gracia, viene a mi joven ojeada de esos soplos de antaño, haberlo visto criar un pequeño yacaré, en una palangana de metal, llena de agua… O enseñarme infinidad de costumbres de la fauna local o correntina, donde vivía un hermano, ayudándome a comprender el oficio de la taxidermia, del que exigía verificar comportamiento y hábitos de las aves, para darle la cualidad “vital” en su posición destinada a una vívida exposición museológica.

Haber ido a comer en mediodías de Los Talas, en aquel rancho del “Negro”, a la vera de una cantera, es como revivir un mundo de sensaciones de sana y gratificante convivencia. Almorzar guisos de Gallareta, macá o quizá algún ave ignorada por los comensales, fue transitar caminos de una elocuencia singular, donde no había más que desear tener hambre para eludir la comprensión de la interioridad del plato… Pero, el convite era inevitable y el vino corredor, amistoso.

Pero Jorge quiso más. Fue así que en el trayecto de la vida, con el correr de los años, ya hombres maduros y dispersos, él en su trabajo, al observar en 1974, en Astilleros Río Santiago, la desgracia fatal de un compañero, operando un equipo de soldar, se le ocurrió una solución que salvaría de allí en más, a infinidad de hombres en similares labores: inventó una válvula de seguridad, de bloqueo automático, que revolucionó en su simpleza, pero de excelente creatividad, que comenzó a aplicarse en todos los rubros industriales tanto nacionales como internacionales. Incluso, avanzó en sistemas análogos hogareños, para resguardo e integridad de sus habitantes.

Genio y figura, podría decirse de Jorge Ismael Mustafá. De aquellos tiempos, donde nuestra infancia adolescente se nutrió de su capacidad de unir voluntades de distintas inclinaciones, pero de probada solidaridad, los que tuvimos oportunidad de escuchar su palabra, su rasgueo en las cuerdas de su amada guitarra, su interesante y sagaz pensamiento, jamás podremos olvidar su sencilla presencia, afectuosa en la recepción y noble abrazo en la despedida, tras la puerta siempre abierta al amigo. Al que deseara aliento, al que necesitara un sueño. O ese simple: ¡Hola! ¿Cómo estás?, con que te invitaba a entrar a su hogar, trozo de cielo entre cuatro paredes de auténtico refugio de amistad…

Hasta siempre JIM. Gracias por haber bebido del licor grato de tu compañía.

Etiquetas en la noticia

Berisso jorge mustafá Klimaitis





Otras noticias


Mundo

EL MUNDO DE BERISSO © 2024 - Edición Dígital. Todos los derechos reservados.