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Argentina Anónima: Centinela del Silencio

9:10hs
domingo 5 de agosto, 2018


Por Juan Francisco Klimaitis


La denominación fitogeográfica “chaco seco”, comprende una vasta extensión que se halla presente en mayor o menor medida, en unas ocho provincias del noroeste y centro del país. Hablamos por ello de miles de quilómetros cuadrados de una región que es generalmente, poco conocida en su intimidad por los habitantes del resto de Argentina. Su horizonte sin depresiones manifiestas, con floresta de árboles, arbustos espinosos y enormes quimilíes, sus veranos de intensos calores que pueden exceder en ocasiones los 50ºC, su insolación y la extrema sequedad de su clima con escasas precipitaciones, la exigua densidad de una población humana prácticamente perdida en un paisaje de severidad agreste, la falta de caminos o apenas trazas delineadas por ganado cerril o acaso por vehículos a tracción manifiesta de algunos rudos lugareños, ha hecho de este espacio un sitio casi inhóspito para la vida humana a gran escala. Y son las mismas esporádicas pero densas lluvias que suelen hacer intransitables tales vías rústicas de comunicación, que inhiben formidablemente su ingreso a los mismos colonos, cerrando los accesos aún más a quienes no forman parte del entorno, extranjeros o visitantes ocasionales.

Allí solo habitan aborígenes y criollos puesteros, que cubren sus necesidades de subsistencia, medrando con la cría de cabras y cerdos o aún buscando alimento con alguna caza fortuita en la fauna silvestre y frutos que provee en reducido aporte, algunos singulares vegetales propios del terreno. Y quienes se atreven morar este dominio de nadie, lo hacen en minúsculos pueblos; otros, en cambio, se aíslan de todo contacto, incluso de redes sociales, en habitáculos de adobe inmersos en la espesura más recóndita. La Unión, en el corazón mismo del chaco salteño, distante a más de cien quilómetros de la ciudad más cercana, acoge a unas 1600 almas con las mínimas pero indispensables comodidades modernas. Allí vive un notable personaje. En derredor de tal poblado y dicho hombre, la Argentina se vuelve impenetrable geografía allende sus confines, que pocos visitan o acaso intuyen o se atreven a negar incluso, su existencia. Para otros, es una leyenda ilustrada de la literatura histórica.

Nicéforo Luna, pues de él se trata, ha nacido en las propias entrañas de dicha tierra. En su profundo interior místico, donde caminan tapires, tatús carretas, pumas, lagartos, ñandúes, yacarés, osos hormigueros, boas de las vizcacheras y diversidad de otros animales, en medio mismo de bosques de quebracho blanco y colorado, palo santos, tuscas, yuchanes y chaguarales, este salteño de piel tostada por tantas jornadas de caminatas al sol y el requemar de la tierra desnuda, ha sabido gestar su propia identidad en un sueño de voluntad y deseos. Su educación iniciática devino de su ir y venir por sendas por otros inexploradas, para asistir al carácter que diseñó en él, la escuela primaria, la única a la que asistió en su destino de numerosos hermanos. De inmediato, sobrevino el encargo del trabajo hogareño para manutención de la familia, mientras se incrementaba en su espíritu el conocimiento de la fauna y la flora que se constituyó en su propio recreo y descanso, más allá del bregar colectivo por la provisión de alimento, agua y sencilla indumentaria.

Adolescente, con apenas trece años y dueño de sabiduría silvestre, con una maestría en soledad, supo ser guía montaraz de diversos científicos que recalaron en busca de ignotas especies en aquellos parajes incógnitos. Günnar Höy, Claes Christian Olrog, Francisco N. Contino, entre otros, recorrieron de su mano las venas abiertas en la fronda por Nicéforo, quien, a su vez, absorbió con prontitud el lenguaje científico de aves, mamíferos, reptiles y plantas. Se graduó así, baquiano de nacimiento, en perspicaz educador en materia ambiental, asumiendo como propia la defensa del entorno, a tal punto que 5000 hectáreas de su familia, apenas montes despreciados por muchos como salvajes, fueran declaradas como “Reserva Privada Palma Chueca”, a cuyo cargo y defensa puso tenaz laboriosidad. Tiempo después fue nombrado guardaparques en la vecina reserva provincial “Los Palmares”, con una exigua pero segura retribución.

La palabra “chaco” deviene en su origen de un término aborigen que significa “territorio de caza”, por la abundancia y diversidad de su fauna, de la cual se apropiaban y alimentaban los pueblos originarios allí residentes. Nicéforo interpretó el mismo en un nuevo lenguaje, llevándolo a una épica conservacionista que mantiene hasta hoy en día con talante y justa predisposición, aún con aquellos pobladores que desde La Unión y tras 25 quilómetros de escabrosa remonta a través del bosque xerofítico, se allegan a dichas reservas con la finalidad de aprovisionarse de carne cerril para sustento de sus familias. Él los consiente en la estricta medida de sus necesidades, concienciándolos sobre la eficacia de mantener estables las poblaciones animales y sus relaciones bióticas. Es el maestro por excelencia en el instante de promover y administrar justicia en el terreno que pisa desde su nacimiento.

Hoy, con sus 58 años de edad, es la figura ancestral típica del hombre chaco-salteño. De estatura media, delgado, de andar ligero que procura atender la brusquedad del ramaje bravío que infiere daño al rostro y que sabe eludir con hábil finta, levemente encorvado, de hablar bajo y sucinto, de cuya boca solo amanece la frase exacta en el momento preciso, tiene la mirada de un terroso insondable, quizá con cierta recóndita tristeza que debe buscarse en el insondable misterio de aquel aislamiento que sabe para él, con toda seguridad, a gloria y felicidad en su neto corazón criollo. Conocedor intenso de cuanto sendero haya en la selva, huella en el barro de sus bañados infinitos, de seres ocultos y vigilantes entre el tupido follaje, de voces que restallan en el rito de los soles o la negrura de los carbones esmerilados con estrellas, Nicéforo Luna es quizá, uno de los más ilustres guardianes de nuestras fronteras nacionales, anónimo y callado como corresponde a la virtud de la humildad más sincera, sin tapujos ni espurias intenciones.

Narra una leyenda ancestral, que en cada generación nacen entre los judíos 36 hombres justos escogidos por Dios. A ellos, él les ha concedido el privilegio del martirio, entendiéndose con ello que su vida ha de ser de sacrificio, no obstante la satisfacción del don otorgado. Por lo tanto, el mundo se apoya sobre los mismos para no ser afligida con innúmeros males y desastres. Tal vez, Nicéforo sea depositario de tales circunstancias, sin que lo sepamos a ciencia cierta. Solo cuando lo observamos a orillas del fogón nocturno de leños ardientes, cuando el fuego relumbra en su tez morena, arrumbado en su propia sombra como haciéndose otra cerrazón más de las muchas que hacen a la noche y sus ojos recuerdan ascuas impávidas de lejanías, entonces comprendemos su serena tribulación. Su transitar en la vida como un caballero sin levita, barro nutricio del mismo chaco, auténtico centinela del silencio…






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