Tomando revancha de una deuda pendiente de la historia, la 20ª edición de la Fiesta del Vino llegó para premiar, reconocer y reivindicar el pasado, presente y futuro del vínculo de la mujer con el vino de la costa.
Desde hace algún tiempo, se vienen implementando talleres, ferias y encuentros que proponen a la mujer como protagonista de la elaboración del producto.
La dedicación y los saberes heredados se volcaron en un producto que distinguió el jurado del concurso de Vinos Caseros “Héctor Becerra” como mejor vino tinto seco.
La dupla que lo elaboró estuvo integrada por Mariana Casali y Alejandra Bulich, ambas vinculadas desde hace años, por diferentes circunstancias, al ámbito de los viñedos.
Si bien la distinción recaló en ellas, afirman que se trata del reconocimiento a una iniciativa colectiva. “Si bien este premio lo ganamos con Ale, porque el vino lo presentamos las dos, es parte de la recuperación de historias de nuestras ancestras y de todas las productoras locales. En este proceso y en este premio han colaborado un montón de mujeres que con sus saberes y sus historias nos han permitido elaborar este producto”, explicó Mariana Casali, aludiendo a la importancia de ‘romper con las estructuras’ de un imaginario que concibe la actividad como sólo vinculada a ‘lo masculino’.
“Plasmamos esta realidad en una producción que reivindica las tareas de las mujeres en la quinta y en los viñedos, mujeres que estaban a la par de los hombres, pero invisibilizadas en esas tareas” definió también la productora.
Alejandra Bulich describió que para elaborar su vino utilizaron, como marcaba la consigna, la tradicional uva Isabella. Sin embargo hubo un plus vinculado a lo histórico y lo afectivo: las uvas eran de la quinta de Pancho Domingues. “Es una quinta histórica de una persona amorosa que nos legó la pasión por el vino”, manifestó.
También destacó la diferencia en cuanto a ‘tiempos’ respecto de la forma de producir que en general tienen los hombres. En tal sentido, mencionó que junto a su co-equiper seleccionaron cada racimo y acompañaron la cosecha con historias que las atravesaron durante su vida. “Hubo mucha amorosidad durante el proceso, mucho compartir y recuperar lo colectivo. Nosotras no vivimos de esto y somos muy respetuosas de quienes viven de la actividad”, destacó.
El vino todavía no tiene nombre. Las responsables del producto disfrutan de un reconocimiento que las sorprendió y las llenó de alegría. Sí saben que es un vino ‘para compartir’ y no para comercializar. “Va a servir como disparador para poder encontrarnos y recuperar historias como la de Bety, por ejemplo, una de las primeras socias de la cooperativa. Mirábamos con amor las fotos y cosas que ella y tantas mujeres dejaron, mujeres que no aparecen en la historia oficial”, observó Bulich.
