CULTURA

Berisso y su memoria

La casa de los espíritus bienaventurados

10:39hs
domingo 6 de agosto, 2023


Por Juan F. Klimaitis [email protected]


Cierto día, mientras paseaba haciendo compras por la avenida Montevideo de Berisso, mis piernas se detuvieron de repente, atraídas por una mirada hacia la esquina de la calle 19. Fue un momento que me dejó suspendido en el tiempo, como si me transportara hacia recuerdos de épocas pasadas. Me inmovilicé a contemplar aquellos ventanales amplios y silenciosos, que parecían llenos de un vacío conmovedor. Estaban ahumados por el polvo que se deposita en la soledad de la ausencia, como si esperaran revivir periodos que saben que nunca podrán volver a la existencia.

Allí habitó Rodolfo Héctor Fabris junto a su familia. En ese lugar, residió el hombre que encendió con su fuego intelectual el agitar cultural de su pueblo. Autor de “Berisso, mi patria chica”, como él mismo llamó a la síntesis de sus numerosas memorias plasmadas en un entrañable libro. Esa misma obra que aún respira la gratitud que le inspiraron sus amigos, vecinos y una multitud de anécdotas y vivencias a lo largo de una larga vida, tal y como él mismo afirma en los “Propósitos” al comienzo del mencionado volumen.

Su trayectoria estuvo marcada por un mundo pleno de riqueza erudita. Nació en la Maternidad de La Plata, y sus primeros años los pasó en el Barrio Campamento de Ensenada, para luego establecerse en Tolosa y, finalmente, en Berisso. Debido a la falta de una escuela secundaria en su última residencia, cursó sus estudios en el Colegio Nacional de La Plata, considerado en ese entonces, y aun manteniendo su excelencia, como el mejor de Latinoamérica. Allí se graduó de bachiller, adquiriendo una inmensa sabiduría gracias a profesores de la más alta calidad, poseedores de un conocimiento global y enseñando materias tan diversas como profundamente ilustradas.

En 1944, ingresó a la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata, siempre viajando en el “tranvía 25”, como lo hizo durante todo su período de educación secundaria. Finalmente, obtuvo su título de doctor en Medicina en 1953. A partir de entonces, demostró su autoridad como restaurador de la salud para el pueblo que supo reconocer su valía. Como médico de familia, siguió las tradiciones de antaño, yendo de casa en casa para atender a quienes requerían su ayuda. Con una estampa espigada, ojos claros y una cálida sonrisa que brindaba consuelo a los afligidos, durante muchos años fue el médico más cercano y afectuoso que habitó aquellas casas aún construidas de chapa y madera.

El Centro de Estudiantes y Egresados de Berisso (CEYE) lo designó como su primer presidente, cargo que ejerció en cuatro etapas alternas, manteniéndose como colaborador permanente. En 2010, dicha institución publicó un tomo de su autoría que recopila evocaciones y testimonios sobre los orígenes de tal organismo. Asimismo, tuvo la oportunidad de viajar al exterior y visitar valiosos museos de arte en todo el mundo, donde pudo aplicar los conocimientos adquiridos de sus destacados profesores tanto del Nacional como de la Facultad. Con generosidad, transmitió todo ese conocimiento al auditorio berissense, sin intentar ocultarlo egoístamente.

Prosigue en mis ojos, mientras tanto, esa mirada obstinada y silente, con la cual la nostalgia dibuja en mi ser un particular ventanal desprovisto de cortinas, tiznado con los vestigios del pasado, donde solía poseer una valiosa biblioteca. En sus anaqueles, había resguardado para cierto futuro un caudal de apreciables libros que continuaron alimentando su saber, instilado en el Nacional. Así, podía compartir su expresión, consejos y eterna sabiduría didáctica con todos aquellos que se acercaban para conversar y dialogar sobre la vida y su razón de ser, mientras saboreaban un delicado café. Un ambiente que se convertía en sincero y cálido hogar.

El afectuoso leño que proliferó en sus habitaciones se debió en gran medida a su dulce compañera, quien supo acompañarlo a lo largo de toda su vida. En su libro, la rememoró de esta manera: “A Olga, amiga, novia, esposa y siempre fiel compañera en el largo vivir de muchos sueños y realidades compartidas”. Tampoco podemos olvidar a Norita, su dulce hija y hoy en día una maravillosa cardióloga y sublime mujer.

“Héctor”, como aseguraba que le decían aquellos que lo conocían en su patria chica, remata su libro con un texto de Platón: “El negocio principal del Hombre es vivir y acabar viviendo de manera que la buena vida que tuvo, y la buena memoria que deja, le sean urna y epitafio”.

Este es Rodolfo Héctor Fabris, aquel que permanece de pie frente al enorme vitral de su biblioteca, en el segundo piso con vista a la gran avenida, aguardando el saludo de quienes fueron compañeros en su largo viaje a través de las muchas calles de Berisso. Aún viste la blanca indumentaria de médico y tiene la mano extendida para ofrecer el medicamento de su bienaventuranza…

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