CULTURA

El Museo del Sifón cumplió 15 años de vida

10:04hs
martes 1 de mayo, 2018


Por inquietud personal de Luis Taube, una colección de más de 5 mil piezas única en el mundo se exhibe como muestrario de la historia de la bebida gasificada


Si bien en la familia no hubo herencia ‘sodera’, allá por la década del ’80 Luis Taube se inquietó frente al reemplazo de los sifones de vidrio por los de plástico. El sifón era un clásico en la mesa de los argentinos.

Una cultura que giraba en torno a un producto de consumo se iba metamorfoseando y dar cuenta de ese devenir lo sedujo. Fue así que comenzó a reunir sifones que exponía en su local de compra-venta.

En ese cúmulo vio viendo similitudes y diferencias. Había colores, capacidades, marcas. Había historias que contar. “Existía un pequeño mundo en torno a la soda que nadie había explorado y a mí me atrapó”, señala hoy el Director del Museo del Sifón y la Soda, único en el mundo.

Buscando completar la historia, se conectó con los soderos para reunir información y especificidades. La colección fue creciendo y ampliando su espectro, contemplando no sólo los envases, sino el sistema de producción, procesos, publicidades, herramientas, cubresifones, botellas de gaseosa, cajones.

Más de 5 mil piezas reflejan la historia de una bebida que llegó desde Europa, que se vinculó primero a las clases altas, que devino de la fabricación de gaseosas y que desembarcó en nuestras tierras para 1860 cuando Don Domingo Marticorena fundó una fábrica de licores y soda.

Se cree que fue la primera en Argentina y una de las primeras en Sudamérica. Situada en la calle 25 de Mayo frente al » Hotel del globo», fue vendida a Don Emilio Billat y el 1 de Mayo de 1866 quien la vendió luego a los hermanos Andrés y Pedro Inchauspe.

Para 1868 los hermanos Inchauspe fusionaron su fábrica con la de su hermano Juan y se trasladaron a Moreno y Defensa pleno barrio de San Telmo.

Pronto este local quedó chico y adquirieron un terreno en Venezuela entre Balcarce y Defensa, donde pudieron levantar el edificio recién en 1872 donde funcionó algunos años hasta que se separaron, quedando en manos de Don Pedro.

Con el prestigio que adquieren los refrescos Inchauspe y por ser su fabricación tan diferente a la de las aguas y sodas, en 1904 se le dio comienzo a la edificación para la fabricación de estos productos en San Juan al 2850. La empresa fue bautizada con el nombre de “La Argentina”.

Hasta la década de 1930, las familias compraban soda en despensas y bares. Pero a partir de esa época comienzan los repartos a domicilio con carros tirados por caballos.

Estos y otros datos fue recolectando Luis quien, al no encontrar un espacio que sintetice tan rica historia, abrió el 26 de abril de 2004 el Museo que funciona en la Av. 60 a la altura de 128.

A lo largo de sus 15 años de vida, el Museo logró varios reconocimientos. La colección fue declarada de Interés Cultural por la Municipalidad de Berisso, la Cámara de Diputados de la Provincia y la Nación. También obtuvo premios y logró vincularse a otros espacios comunitarios dando impulso a actividades como la Fiesta Nacional del Coleccionismo, el Paseo del Inmigrante o las Subastas Solidarias. Quien quiera recorrer la historia de la bebida podrá acercarse hasta el mes de noviembre (previa reserva llamando al 422-8537) de lunes a viernes de 10:00 a 18:00.

Tradición líquida

La soda (agua con gas carbónico) ingresaba al país para el siglo XIX desde Inglaterra en garrafas de metal con un cabezal especial destinado a extraer el agua gasificada. Con la fabricación del sifón de vidrio con malla de alambre y carga individual se busca otro tipo de consumo. Los vecinos podían comprarla en ferreterías y bazares. Comienza así la historia del sifón en nuestro país.

Posteriormente llegó la recarga a través de las máquinas de uno y dos picos, los cuales eran cargados en forma manual e individual.

Más tarde, la malla de alambre fue reemplazada por aluminio, hasta perfeccionarse, llegando así a la industrialización del producto.

Previo a su ingreso al hogar, el envase ‘se curaba’, es decir, se colocaba un poco del contenido y se dejaba reposar por una semana. Posteriormente se agregaba un poco más de líquido y se dejaba reposar nuevamente por una semana para así poder circular en el circuito comercial.

‘El operario’ debía trabajar con una careta de alambre y un delantal (por fuera de cuero y en su interior con una lámina de estaño o plomo) por una posible explosión del envase durante el proceso.

La cabeza de plomo se utilizó hasta el año 1970 aproximadamente, aunque en algunas soderías la llegaron a utilizar hasta 1975, año en que una reglamentación prohibió su uso por ser contaminante. A partir de allí se comenzó a utilizar la cabeza de plástico que se conoce actualmente.






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