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Otoño en Berisso

10:48hs
domingo 30 de mayo, 2021


Por Julio Milat (*)


El viento y la lluvia del último fin de semana limpiaron a los árboles de hojas. Muchos de ellos, en semanas largas de días cálidos y sin viento, intentaron retenerlas todo lo que pudieron.

Las hojas agradecieron ser parte de algo tan grande y obedecieron desprenderse para integrarse al suelo y ayudar hasta la primavera, a nuevas generaciones de oxígeno y sombra.

Ojalá puedan escapar a las escobas y al triste final de las bolsas negras.

En la ciudad rompimos los ciclos de la naturaleza, los olvidamos, aun cuando nuestra subsistencia depende exclusivamente de ellos. Los ciclos de las estaciones, la luna, los solsticios y equinoccios festejados por pueblos antiguos de toda la tierra. Los tiempos de las cosechas y las siembras, los días más largos y las migraciones.

Nuestro reloj biológico perfeccionado desde el principio de los tiempos, sólo puede ser simulado por las aplicaciones de la pantalla de los teléfonos celulares.

Por suerte, la naturaleza elige meterse en las ciudades para ver si podemos reactivar nuestros sentidos, ver si siguen allí.

El frío comienza a anunciarse y el sol de la mañana es cada vez mejor recibido.

El monte se vuelve transparente, los recorredores de las altas copas como el colorido Pitiayumí, bajan a los valles de los arbustos y comienza a gestarse en la región un fenómeno muy interesante, las columnas de alimentación. Esto se debe a que la oferta de insectos y frutos disminuye en los meses más fríos, entonces, algunas especies deciden “asociarse” y recorrer juntos los estratos de la vegetación. Barren el monte a diferentes alturas, los de más arriba favorecen a los de más abajo y de esta forma se optimiza la recolección del alimento.

Así se juntan el Pitiayumí, la Tacuarita azul, el Arañero coronado chico, junto al Juan Chiviro, el Carpinterito Bataraz y el Pijuí plomizo. Esta sociedad tácita dura hasta la primavera, donde vuelve la abundancia y el tiempo de reproducirse.

La mayoría de las enredaderas pierden sus hojas y los infinitos tallos, muestran la arquitectura de la exuberancia del reciente verano.

La ciudad sigue silenciosa, salvo por los gritos del Benteveo, recorriendo los patios y jardines, “catando” los alimentos balanceados de nuestras mascotas, nuevo menú para ellos.

Las que no paran nunca son las Cotorras o Catitas, su pila es inagotable y sus “conversaciones” se detienen solo con las estrellas.

Esta especie es un ejemplo de una rápida adaptación bajo una presión extrema. A principios del siglo pasado se la declaró plaga nacional por el ataque de los cultivos, en ese entonces sus enormes nidos comunales se construían en árboles bajos y espinosos como Talas y Espinillos, lo que facilitaba la destrucción de sus nidos por fuego o captura de sus pichones. Entonces, la cotorra aprovechó los grandes montes de Eucaliptus y en las ciudades las torres altas de iluminación y trasmisión para hacer sus nidos, lo que le permitió, con este cambio de su lugar de construcción, zafar de la amenaza que pendía sobre sus poblaciones. Y hoy es una nueva especie de los barrios berissenses.

Las floraciones invernales del Aloe, la flor de San Juan y algunas especies de Eucaliptus le permiten al Picaflor Bronceado mantenerse en la ciudad. Se anuncia con su canto agrillado y sus rápidos vuelos en los mediodías soleados.

Las últimas mariposas Monarcas se alimentan en el suelo de las flores del Diente de León, para permanecer suspendidas en el aire un tiempo más.

Las experiencias en la naturaleza dejan las buenas sensaciones de formar parte del paisaje. Así, un grupo de berissenses y público de otras ciudades pudieron vivirlo en la caminata de Palo Blanco a Isla Paulino por playa, realizada un sábado del presente mes. Conocieron a Berisso desde el lado del Río, ese lado que debería ser experimentado por todos los que viven en esta ciudad.

Playas infinitas, senderos entre cañas que ocultaban el cielo, un sol colgado del mejor otoño. Manchones intactos de árboles nativos que nos indicaban que la Selva marginal estuvo en Berisso y se extendió originalmente hasta Magdalena; Laureles de monte y Mataojos así lo confirman.

Y si a eso se le agrega el sorbo de la primera botella de vino de ciruela de esta temporada, bien frío, en el fondo del paladar, bueno; la identidad ribereña te ancla en esta playa.

El dueño del elixir fue Daniel Gómez, productor artesanal, quien nos acompañó en parte del recorrido, mostrando las casas de las primeras familias isleñas, aún en pie, y compartió los saberes de producir los mejores sabores junto a la compañía diaria del horizonte del Plata.

Y al llegar a Isla Paulino, entre largas hileras blancas de Gaviotas y Gaviotines, la familia Palma nos ofreció su generosidad de siempre y sus exquisitos dulces caseros.

Al final de la tarde la lancha nos trajo al continente, a la ciudad de los Frigoríficos y el Peronismo, que sigue empecinada en darle la espalda al gran Río que le permitió ser.

Pero ese grupo de personas que dejaron sus huellas en la arena, no serán las mismas luego de esa experiencia al otro lado de la ciudad.

Debemos volver a activar nuestros sentidos adormecidos por la ciudad y conectarlos con la naturaleza que nos rodea, aprender, así como las plantas y los animales se relacionan con el medio físico; por el tacto (texturas y pelos hipersensibles); por la visión (colores de advertencia y camuflaje); por el olfato (olores que atraen y repelen); por el sonido (cantos de alarma y de apareamiento); por el gusto (compuestos amargos de protección y la dulzura del néctar).

Así como los mejores pilotos tienen muchas horas de vuelo, a los habitantes de esta ciudad les faltan horas de monte, para darse cuenta que aún hoy, a diez minutos de su casa, hay una cantera, un pastizal, un humedal o la playa del Río que le da nombre a la segunda cuenca más grande de América del Sur.

Algo así es el otoño en Berisso.

(*) El autor es director del Museo Ornitológico y Centro de Interpretación Ambiental (MOCIA) de la Dirección municipal de Cultura.

 

 

 

 

 






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