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“El D1eg0”, para siempre

Como un pibe al que le mancharon para siempre la pelota

10:13hs
domingo 29 de noviembre, 2020


Por Oscar Lutczak


Habían pasado apenas 10 minutos de la confirmación de la noticia que no quería escuchar ni creer. Estaba llorando desconsoladamente, literalmente como un pibe al que le robaron (o le mancharon para siempre) la pelota, cuando me llama Walter para pedirme como “maradoniano” una semblanza sobre Diego para publicar en El Mundo de Berisso.

“No sé si voy a poder”, le respondí, mientras pensaba si me merecía esa calificación, casi título nobiliario. En definitiva, en toda una generación de argentinas y argentinos, incluidos sus mayores detractores y críticos (esos que decían con cierto fundamento ‘como jugador de fútbol sí, pero en otras cosas… viste?’) no debe haber alguien que no se sienta al menos un poquito maradoniano, reconociendo que, mientras otros nos quitaron tanto, Diego nos regaló una sonrisa, una emoción, algún pequeño instante de orgullo por sentir nuestro al que idolatraba el Universo; experimentando una admiración insoslayable de eso que hacía con sus pies (y a veces con sus manos), que trascendía el fútbol para convertirse en arte, en magia, en belleza en estado puro, en barrilete cósmico.

Tampoco estaba seguro, como me pasa ahora, si aún con mi oficio sería capaz de articular palabras con cierta coherencia y estructura que no se interrumpan o contaminen con imágenes sueltas, sensaciones, frases célebres (‘se te escapó la tortuga’, ‘la tenés adentro’, ‘que la sigan mamando’, ‘Segurola y Habana’, ‘el cartonero Baez’, ‘presión tiene el que se levanta todos los días a la madrugada para ir a laburar’), vivencias, canciones (desde Rodrigo a Calamaro, desde Ciro a la Guardia Hereje, desde Peteco y Jacinto hasta Manu Chao), cantitos como el Olé Olé Olé Olé… Diegó Diegóoooo!, o el Maradó Maradooo…, pero también como el ‘Ho visto a Maradona, enamorado estoy’, ése que vociferaban los tiffossi del Nápoli en el templo del San Paolo que tuve el gusto de conocer. Y yo lo vi, digamos “en persona” y no mediado por la pantalla, y me latió ‘forte’ el corazón, en las dos canchas históricas de La Plata: en el ‘81 él colgándose al alambrado y yo saltando enfervorizado en los tablones de la vieja ‘piojera’ (va con onda eh!)  de 1 y 57 y más acá en el tiempo entrando al Bosque, a pisar por primera vez como técnico ese césped que paradójicamente sería el último que pisaría.

Y sigo pensando en qué decir sin caer en una excesiva autoreferencialidad o en lugares comunes de esos que a esta hora ya se viralizan en redes. Y Don Feisbuc y sus algoritmos logran que  me explote en la cara ese otro texto que escribí precisamente horas después de que eligiera dirigir a Gimnasia.

“A Diego le quedaba una sola cosa para terminar de ser odiado por los amantes de lo políticamente correcto, de la moral hipócrita, de la obediencia a los poderosos, del respeto al orden establecido… y la hizo ayer… Diego es todo eso que repudian los mismos que odian a los pueblos y sus causas, o denostan los que la caretean queriendo ser lo que no son u olvidan orígenes y defienden intereses que no son propios… Diego es negro, drogadicto, borracho, grasa, bocón, despilfarrador, excesivo, promiscuo, impuro, contradictorio, es  emoción visceral o sea desde las tripas, es colesterol, es Sur (del Conurbano, de America Latina, de Italia y del Mundo), es bostero, peronista, castrista, chavista, kirchnerista y ahora tripero… es Pueblo… y los pueblos lo aman… y yo también…”

Y ahí consideré que para el articulito que me pedían tal vez no eran convenientes ciertas explicitaciones políticas o identitarias que dejaran afuera a muches que, digamos, lo querían o lo respetaban y ahora expresan su hondo pesar, aún sin coincidir con algunas actitudes, acciones privadas, posicionamientos y el mar de contradicciones de Diego, que molestaban u ofendían a colectivos sociales con los que comparto ideales y valore.

Obviamente no haría apología de aquello que no acepto pero es en ese instante en el que, casi como en una epifanía, irrumpen y vuelven juntos Galeano y Fontanarrosa, plumas un poquito más avezadas y entrenadas que la mía, para definirlo contundentemente  con mucho menos palabrerío: “El más humano de todos los Dioses” y “Qué me importa lo que hiciste con tu vida, me importa lo que hiciste con la mía”.

Entonces me apropio de otra pluma, la de Sacheri y digo “Me van a tener que disculpar, pero hoy no se murió un gran jugador de futbol, hoy se murió un pedazo de nuestras vidas”… de mi vida.

Y es exactamente allí cuando aparece mi abuela Carola, despertándome a las 5 de la mañana para ver el Mundial Juvenil de Japón en el Philips blanco y negro al que para que arranque había que pegarle un golpecito seco atrás. Y me veo abrazándome con el Chino recién regresado de Malvinas justo esa tarde que a Diego lo echaban contra Brasil. Y me veo en otro abrazo con mi Viejo Román (que también se fue a los 60) celebrando el Gol a los ingleses después de escuchar el relato de Víctor Hugo en el radiograbador Aiwa colocado al pie del primer TV color, en el piso de la cocina de la histórica casa de atrás de la Tecnológica. Y me veo con Vicky en brazos, en Don Orione, palpitando el pase magistral al Cani, compartiendo la indignación por el abucheo al Himno Nacional y sus lágrimas inconsolables por el penal de Codesal. Y me veo de vuelta en Berisso, cuando la enfermera sonriente se lo lleva derechito a que le corten las piernas, y ahora es el Colorado al que tengo a Upa… Y me veo en los primeros días de exilio voluntario y académico en España, cuando Internet era futuro y la única noticia que llegaba desde Argentina en los medios gráficos, radiales y televisivos indicaba que Diego dejaba el fútbol y se despedía justo contra River. Y me veo aliviado y aún contenido, cuando aquella vez en Uruguay sí logró escaparse de la parca. Y me veo arrancando una nueva etapa afectiva, que no fue la última, justo el día en que él se despedía de LA 12 y asumió que se equivocó y pagó. Y más acá me veo discutiendo y poniéndole el pecho a los burladores de los ‘eeeehhh’, a los que en verdad lo que les molestaba era que su programa se emitiera por TeleSur y se llamara De Zurda. Y me veo hace apenas un año, una vez más saltando (o al menos intentándolo), emocionado con mis compañeros triperonistas de la Platea H, todos con la remera azul con la leyenda D10S en La Plata es del 10BO mientras él se golpeaba el pecho que portaba el escudo de sus últimos colores, tan azul y blanco. Y me veo ahora nuevamente llorando, desconsoladamente, literalmente como un pibe al que le robaron (o le mancharon para siempre) la pelota, mientras el Gordo Alorsa me canturrea al oído y me recuerda que cuando los sueños desvanezcan, las ilusiones decaigan, los proyectos se compliquen, solo hará falta “entrecerrar los ojos, para verte gambetear”…






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