¿Cuatro semanas? ¿Quinientos días (con sus quinientas noches)? ¿Un lustro? ¿Cuánto dura una aventura?… Visible, oculta, deducible, las aventuras tienen fecha de caducidad. O son más que eso.
El Semanario nació quincenario el 1º de noviembre de 1981. Es desde entonces un sobreviviente. Y a veces un milagro; uno lleno de letras, en general articuladas, que forman palabras, que forman frases, que forman párrafos que dicen.
Suman 36 los calendarios amontonados en el escritorio, que también pesan en la espalda, algo encorvada por el oficio, en tiempos en los que -siendo bytes y redes sociales- también somos de papel. Todavía. Benditos.
Seguir avanzando en una cuerda de la que lo más fácil es caer (al vacío de la vanidad) exige paciencia de artesano, urgencia de cirujano y templanza de equilibrista. Tanto como el apego a algunos valores sencillos, en las antípodas de las dobles intenciones, la demagogia y las puestas en escena.
Sin hablar a los gritos y con la vergüenza de sabernos limitados y en muchos aspectos ignorantes, aquí vamos. Dispuestos de buen grado a rendir examen diario, con la satisfacción de no sumar demasiados rojos en el boletín. Sobreviviendo y con ganas de más.