Primero de noviembre. El Semanario cumple tres décadas y media informando a la ciudad.
Fuimos tres hojas de oficio abrochadas por uno de sus lados. El imperio de la supervivencia y la aventura. Una apuesta. Una pila de ejemplares en el banco, la zapatería y el almacén del barrio. La superación de contextos adversos. La porfía de evitar el tramposo camino fácil. La convicción de que no hay punto de llegada, sino recorrido. Turbulencia, dudas, replanteos. Aprendizaje.
Fuimos tres décadas y media de trabajo intenso. La calma para asumir el crecimiento y pergeñar la proyección. La finta a la demagogia y la autorreferencia. La lucha cotidiana contra nuestra vanidad. El respeto por el oficio y por los colegas. Un rol codiciado por el poder, del que no sacamos ventaja. La angustia de equivocarnos, la frustración por no poder hacerlo mejor y la tenacidad de intentarlo.
Fuimos, desde el vamos, empatía con una comunidad en busca de información que la refleje. Aquel ‘diarito’ al que le abrieron la puerta en miles de hogares. Raíces firmes que abrazan hoy a más de 90 mil personas con sentido de pertenencia.
Somos un mar de dudas que a veces se despejan en el cierre. Vértigo sin grandilocuencia, ni gestos espasmódicos, ni descalificaciones. El esfuerzo de respetar lo diverso, encarnando la diversidad de nuestros miles de lectores.
Somos la pretensión de no ser club de amigos, ni secta, ni facción política, ni juez, ni una colección de rumores malintencionados. Apenas un medio periodístico local, que el martes cumple 35 años, tratando de cumplir.
